Hace poco volví a leer El Principito. Y no sé, tal vez fue el momento, o la persona en la que me he convertido, pero esta vez me tocó de una manera tan diferente que sentí que estaba frente a una historia completamente nueva.
Hubo instantes en los que, sin darme cuenta, tenía los ojos llenos de lágrimas. Como si ese niño de cabellos dorados, tan vulnerable, tan sereno, estuviera hablándome directamente. Sentí que me llevaba de la mano por planetas lejanos, y en cada uno, más que personajes, vi reflejos de lo que somos; con esas búsquedas constantes y vacíos que intentamos llenar —a veces con cualquier cosa— mientras lo esencial se nos escapa sin que lo notemos.
Mientras leía, recordé cuando lo hice siendo niña, y no pude evitar notar cuánto ha cambiado mi perspectiva. Es curioso cómo la misma historia puede ser tan distinta dependiendo de quién o cuándo la lea.
Planetas que también habitamos
El Principito, a través de su viaje, me hizo reflexionar mientras redescubría a cada uno de los personajes que encuentra en su camino —el rey, el vanidoso, el bebedor, el hombre de negocios…—. Todos, sin excepción, hablan de nosotros: de ti, de mí, de quien corre con prisa para no llegar tarde o de quien revisa su celular mientras olvida mirar el cielo. Cada uno es un reflejo de nuestras obsesiones, de nuestras tristezas no dichas, de esas trampas que nos armamos nosotros mismos.
Ahí está la belleza del libro. En cómo nos recuerda con palabras sencillas y dibujos aún más simples, lo que tantas veces olvidamos: lo importante no se compra, no se mide, no se acumula. Lo verdadero habita en lo pequeño, en lo invisible. En un gesto, una mirada, un silencio compartido. En la risa de alguien que amamos.
Ver con el corazón
Mientras leía, deseaba recuperar esa mirada limpia que tenía de niña. Esa curiosidad que no juzga, que no teme. Me di cuenta de lo fácil que es perderse en el ruido del mundo y olvidar lo esencial.
Pareciera que crecer es aprender a olvidar. Dejar atrás partes nuestras que eran genuinas, para adoptar otras que aprendimos a usar para sobrevivir.
Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan.
— Antoine de Saint-Exupéry.
Al final, no se trata de acumular logros, sino de estar presentes. De ver. De sentir.
El tesoro que nadie puede robar
Y, como en toda historia, llegó el final. Una despedida tan suave, pero tan brutal. Me dolió, como si yo también estuviera diciendo adiós a algo, o a alguien.
El aviador, con el corazón roto, se enfrenta a la realidad de que perdería a quien le cambió la vida. Aunque lo comprende, no puede evitar aferrarse. Y el Principito lo acepta con una paz que me conmovió profundamente.
Esa aceptación, esa serenidad con la que lo vive, me hizo pensar que el verdadero valor de una despedida no está en el dolor, sino en cómo elegimos vivirla. Y entonces lo entendí… El amor verdadero no necesita aferrarse. Lo que fue real no se pierde con la ausencia; se transforma en parte de nosotros.
El aviador no pierde al Principito; lo guarda en su corazón, como un tesoro que nadie puede robar.
Lo esencial es invisible
El Principito me recordó que la verdadera riqueza no está en lo que tenemos, sino en lo que vivimos. Me hizo entender que, aunque crezcamos, debemos mantener viva esa chispa de inocencia, de pureza, de asombro ante el mundo.
Y ahora, cada vez que miro las estrellas, me gusta imaginar que allá, en alguna de ellas, hay un Principito que ama los atardeceres tanto como yo. Que ríe entre las estrellas. Y que, junto a su zorro, me enseñó que lo que realmente importa no se ve con los ojos, sino con el corazón.
He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
— El Zorro. El Principito, Antoine de Saint-Exupéry.
Mientras editaba esto, me topé con una web que tiene todos los capítulos de El Principito. Te la comparto por si te da curiosidad —o nostalgia—. Si no lo has leído aún, te lo recomiendo muchísimo. Es corto, y aunque parece un libro para niños, guarda mensajes que solo se entienden bien con los años.
Y si eres más de películas, la versión animada The Little Prince (2015) es preciosa. Combina animación 3D con stop-motion de una forma única.
Gracias por el apoyo que recibió mi primer post. Cada una de sus interacciones me anima a seguir compartiendo un pedacito de mí.
También disfruto mucho pasar por sus perfiles y ver lo que comparten.
Gracias por llegar hasta aquí. Espero que esta historia te parezca tan fascinante como a mí.
Con cariño,
— M.
Sin duda aunque leamos el mismo libro 2 veces nunca leemos la misma historia porque cambian los ojos que la leen, qué bella reflexión compartiste por acá, sin duda de mis libros favoritos.
Desde niños siempre se nos ha mostrado de diversas maneras como es la sociedad y a qué nos vamos a enfrentar, es divertido, entretenido cuando somos niños, tal vez eso es lo que necesitamos, un poco más de inocencia para ver esta sociedad, nuestra vida y lo que somos, tratarnos con más amabilidad y empezar a comprender nuestras emociones.
¡Gran escrito!